“la agricultura es la profesión propia del sabio, la mas adecuada al sencillo y la ocupación mas digna para todo hombre libre”

 Cicerón

 

Para nadie es un secreto que los tiempos por los que estamos atravesando no son fáciles, pero tampoco han sido los peores; si por algo se caracterizan los productores agropecuarios de las diversas latitudes del mundo, es por su constancia, por su resiliencia, la empatía con la que afrontan las dificultades y el animo para no desfallecer en esta hermosa labor. Hoy estas, mis primeras líneas en esta casa son dedicadas a ellos como un mensaje profundo de agradecimiento por que de manera silenciosa y abnegada llevan si temor a dudas desde los inicios de las civilizaciones trabajando, primero en los fundos de sus casas para suplir las necesidades básicas y así, de manera de manera lenta e imperceptible fueron creciendo hasta llegar a alimentar a naciones enteras.

Desde donde tengo el privilegio de reseñar estas líneas no se ve mas que verdes praderas produciendo leche al pastoreo, otras con surcos llenos de la mas amplia variedad de alimentos, desde tubérculos, tan deliciosos como la papa, hasta legumbres, frutas y verduras de temporada o de año que disfrutamos; es esta singular manera la mejor definición de mercado desde la raíz.

Este mercado para algunos tan primitivo, para otros tan significativo lo complementan rostros llenos de esperanza, de miradas profundas algunas perdidas en el tiempo por el indeleble paso de los años con ojos vidriosos, puertas del verdadero corazón del campo; cabezas nevadas, algunas por el frio roció de la mañana, otras, tal vez, por el paso de los años. En sus caras grietas profundas, fértiles y sabias, fiel mapa de sus cultivos.

Sin lugar a duda dueños de su tiempo y de su mundo, llenos de actos humildemente sabios que parecen que no fueran al compas de las grandes metrópolis del mundo, pero que guardan estrecha relación con un manual nunca antes escrito para desempeñar su labor, tatuada en lo mas profundo del alma, protegido con incansable recelo y trasmitido como la mejor heredad sagrada.

Mujeres y hombres que labran paz y esperanza disfrazadas de frutas y verduras, otros la convierten las convierten el liquido y entregan leche con sabor a futuro, a progreso, a equidad, a oportunidades y en general a genuina educación; con el sueño despierto de un campo posible jamás olvidado, tal vez ellos aprendieron a soñar despiertos.

En esta ocasión, estas palabras no son solo para los empresarios del campo, de los que estoy seguro que se levantaron desde antes del amanecer por que había un mundo al que alimentar y sabían que hoy como el resto de días del año no le podían fallar; pero también están dirigidas a todas las personas que disfrutan del dulce sabor de las cosechas desde sus hogares, seguramente tendrán dentro de su refrigerador alguna lechuga, una caja de leche, o hallan empezado la mañana con una taza de café y entre sus planes este prepara arroz o una arepa para la cena; todos estos productos han pasado por las manos de cientos de productores que con esfuerzo y dedicación  han puesto alma, vida y corazón para que tu y yo cuando leamos estas líneas, nos podamos tomar una limonada; que sea hoy el momento preciso para rendirles un sentido homenaje, en silencio así como ellos acostumbran a producir.

Cuando me propuse a escribirle esta carta al campo, estuve buscando una palabra que pudiera definir ‘campo’ pero no precisamente esa definición que nos da el diccionario, sino que por el contrario una que fuera desde el corazón y pasara por los sentimientos; pues en un viejo libro encontré una palabra en Balines, lengua natural de las Isla de Bali en Indonesia que carece de traducción exacta del castellano y es : ‘RAME’ pero que se logra definir como un eclipse de sentimientos encontrados entre lo caótico y lo hermoso, algo así como un dulce sabor a amargo.

 

Miguel D. Avendaño Serrano

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